jueves, 31 de enero de 2013

SOBRE PENSIONES Y ANGUSTIAS


MIERDA   fue lo que le respondió el coronel a su mujer al preguntarle que iban  a comer ese día. Con estas palabras finaliza García Márquez su novela  “El coronel no tiene quien le escriba” en la que narra la lenta angustia en que se desenvuelve la vida del coronel, esperando la notificación de una pensión que nunca llegara. Mierda es lo que comen muchos colombianos durante toda su vida rompiéndose el espinazo de sol a sol para llevar el sustento diario a su hogar sin tener aspiración a una pensión que le haga más llevadero los novísimos años de su vida.

Hace unos días los colombianos tuvimos la oportunidad de escuchar el eco rimbómbate del debate que se estableció entorno a las elevadas pensiones de algunos magistrados y senadores que superan los 25 salarios mínimos vigentes;  y que para el demandante German Calderón España, viola el derecho a la Igualdad  y afecta la estabilidad fiscal de los colombianos.

Es decir que mientras   45 millones 999.200  de colombianos  deben pensionarse sobre el salario base,  el régimen pensional es diferente para  congresistas y magistrados. Según el ministro del trabajo, en el país existen aproximadamente 1032 personas que reciben la pensión por encima de los 25  salarios mínimos y unas  4.500 personas sobre la base de más de 10 salarios mínimos;  mientras  que de 4.5 millones de colombianos en edad de jubilarse, tan solo 1.8 millones aceden a la pensión y el  60 por ciento de personas mayores de 60 años viven en  la pobreza y 2 millones bajo la línea de indigencia, todo esto sin contar el drama de centenares de colombianos que no tiene la oportunidad de laborar  y terminan en el  tortuoso camino de la informalidad, muchos incluso devengando salarios paupérrimos que apenas alcanza para subsistir el día tras día.

Todos los viernes  apenas despuntaba el sol, el coronel  bajaba a la oficina de correos junto al puerto, a esperar la carta que le notificara su pensión  por los servicios prestados  en la guerra, junto al coronel Aureliano Buendía. Durante quince años hizo este ejercicio irrrepetitibamente, mientras se asfixiaba en la angustia diaria del vivir; vendiendo poco a poco lo precario de su existencia, y alimentando su esperanza con  el gallo de pelea que había heredado de su  hijo.

Durante los últimos años de mi vida, he sido testigo de las angustias que han vivido mis padres pensando en su pensión. Día tras día,  hacen  cálculos y suman  semanas, para establecer la fecha exacta en la que han de jubilarse y retirarse a descansar. (Sin hablar de los tormentos   pasados por los días y años sin trabajo) Es común al calor de la cena, escuchar hablar de las semanas que les  faltan por cotizar, de los trámites que hay que realizar y del monto que recibirán para vivir los últimos años de su existencia, alejados de las angustias que azotaron al coronel.

Y a pesar de que estoy pagando una pensión  (que de por si me descuentan para poderme contratar) no dejo de pensar en la gente que no lo puede hacer;  y me angustia aún más, que la edad de jubilación la van aumentar, como si los colombianos tuviéramos el elixir de la vida  y viviéramos todos  100 años;  a sabiendas que en la mayoría de los casos, muchos no alcanzan a disfrutar a plenitud el esfuerzo de sus ahorros,  sino que se le atraviesa por su camino lo que Pablo Coelho denomina: la indeseada de la gente.

 Hoy vivo  en esa angustia que asolo al coronel;  no la de la espera de  una carta, sino echando cálculo y matemática,  preguntándome  si tal como van las cosas  en esta crisis sistémica que golpea al mundo entero y en un país tan inequitativo como el nuestro; si vale la pena cotizar 1200 semanas sobre la base de un porcentaje de mis ingresos, para tener  algún día a  una pensión con que vivir si llego a la vejez;  o más bien disfrutarlos en plena vida, mientras se atraviesa en el camino la indeseada de la gente.

jueves, 17 de enero de 2013

REFLEXIONES TRASHUMANTES



En los primeros días de enero del presente año un grupo de  caminantes trashumantes iniciamos la travesía hacia el  Parque Tairona y el cabo de la vela. Durante 10 días  vivimos una experiencia maravillosa que no alcanzarían  las palabras para describirla; mas  sin embargo sea este un propósito para emborronar cuartillas y dejar rodar las palabras andantes para que se instalen  en la memoria colectiva de los trashumantes y quede el testimonio escrito de nuestro caminar.

 En nuestro camino al mar  tuvimos la fortuna de caminar media Colombia.  1190 kilómetros de Villavicencio al Cabo de la vela desvelaron una geografía de ensueños y paisajes. Recorrimos parte de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Caldas, Santander, Cesar, Magdalena y la Guajira. desde nuestra natal Villavicencio; remontamos la gran  cordillera oriental de oriente a occidente; para atravesar el rio grande de la Magdalena a la altura de Honda y vadearlo nuevamente en la Dorada rumbo al norte, siempre siguiendo  la ruta del sol por la vega derecha del gran  rio, aguas abajo; continuamente bordeando el  flanco occidental de la cordillera oriental, hasta llegar a las llanuras del  Caribe y circunvalar  la ciénaga  grande  entre la llanura estuarina  y la terraza aluvial  de la zona bananera, antes de  toparnos con las estribaciones de la sierra nevada de Santa Martha (la montaña a orillas del mar más alta del mundo) y seguir  rumbo nororiente para encaminarnos en la península de la Guajira a la altura de  la bahía de Manaure,  cruzar por Uribía (capital indígena de Colombia) y cuatro vías  para adentrarnos por  la planicie árida hasta alcanzar el lugar sagrado donde los espíritus  de los wayuu  se encuentran con lo desconocido:  El cabo de la vela o Jepirra.

Con la  travesía descubrí que  cada uno de los sitios que visitamos  tienen un lugar particular en la geografía del país, son  territorio nacional con sus gentes sus  costumbres y creencias. Esto es Colombia era el grito de emoción que afloraba a lo largo de la travesía y que con orgullo se levantaba en la tricolor para la instantánea. Esto es Colombia  un país de contrastes,  un  país de paisajes que solo dimensionamos y experimentamos cuando atravesamos la línea de nuestra cotidianidad y nos aventuramos a explorar la geografía nacional,  aquella que se nos enseña en los mapas de la escuela y el colegio desde la más temprana edad  y que deja de ser un aprendizaje significativo para volverse una postal mental  real cuando recorremos el territorio nacional.

12°, 19” y 74 de latitud norte y 70°, 0” 52 segundos posición longitudinal son las coordenadas astronómicas registradas en nuestra bitácora de viaje  de kaminantes trashumantes. Punto de la geografía nacional  de este nuestro bello y hermoso  país del sagrado corazón.


Al escribir estas palabras  pienso en los  paisajes y lugares que recorrimos, en los territorios y sus gentes. Pienso en cada uno  de los segundos que pasamos en comunidad  y que no han de volver. Cada uno de los compañeros de viaje hizo su travesía interna, enfrento miedos y temores, desplego tristezas y  angustias, pero sobre todo allano caminos de júbilo y alegría. Y con certeza me atrevo a decir que estos días pasaran hacer parte de la memoria interna y sentipensante de su existencia, y  un día de estos, más temprano que tarde, en esas vueltas locas que da la vida;  un olor, una canción, una imagen, harán desempolvar el viejo baúl de los recuerdos  para encontrarnos  con la mañana del tercer día de enero del año 2013  momento en que empezó la 8 travesía al cabo de la vela  que dejaría profunda huella en nuestras vidas, porque al decir del filósofo de la costa, el gran cacique de la junta, Diomedes Díaz, hoy lo que nos queda son Experiencias vividas;  aquellas  que experimentan los que trashuman, los que salen de sus territorios  para enrumbarse por el sendero de la aventura.

Y en nuestra memoria colectiva quedaran grabadas esas experiencias como imágenes instantáneas que juntas construirán un calidoscopio de recuerdos,  efímeros y volátiles como el tiempo,  pero cargados de gratas evocaciones que han de rememorarnos esos magnos momentos del ayer: Una caminata nocturna por el bosque seco tropical del Tairona, 17 horas ininterrumpidas al compás del vallenato de Martin Elías, el viento, el mar, la sal y la arena de la costa caribe,  la sonrisa del negro Manuel y sus cocadas, el Asakaa  de Lupe y Santiago vendiendo sus manillas, el espíritu solidario de Walter con su fogata, el tumbado reguetonero de doña Carmen y sus correrías nocturnas por las calles de Manaure, la vista  al mar desde cerro el  pilón y la fuerza de los vientos alisios  del norte, los caminos amarillos sedientos y polvorientos de la alta guajira,  los largos caminos de nubes en el mar,  el choque de las olas contra los acantilados, la blanca espuma del mar, las oscuras  noches estrelladas con sus fugaces meteoritos deslumbrantes,  el caminar nocturno por el cabo, Orión apuntando al norte en la majestuosidad de la bóveda celeste; acostarse y levantarse con el sonido del mar,  la arena colándose entre los dedos, el  salivar con el agua del mar,  los tonos y colores  de los atardeceres,  y  la luz del faro  iluminando  la lejanía del mar, mientras se pierde en el horizonte el ultimo destello de luz solar.

Alguna vez escribió Antonio machado en su extracto de poemas y cantares XXIX:

Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar.
Un abrazo  fraternal para los trashumantes

Hasta la próxima Travesía.

Próxima estación  Sierra de la Macarena

Diego Andrés Díaz Jaramillo.
Geógrafo
Enero 17-2013


















































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