MIERDA fue lo que le respondió el coronel a su mujer
al preguntarle que iban a comer ese día.
Con estas palabras finaliza García Márquez su novela “El
coronel no tiene quien le escriba” en la que narra la lenta angustia en que
se desenvuelve la vida del coronel, esperando la notificación de una pensión
que nunca llegara. Mierda es lo que comen muchos colombianos durante toda su
vida rompiéndose el espinazo de sol a sol para llevar el sustento diario a su
hogar sin tener aspiración a una pensión que le haga más llevadero los novísimos
años de su vida.
Hace unos días los colombianos
tuvimos la oportunidad de escuchar el eco rimbómbate del debate que se
estableció entorno a las elevadas pensiones de algunos magistrados y senadores que
superan los 25 salarios mínimos vigentes; y que para el demandante German Calderón
España, viola el derecho a la Igualdad y
afecta la estabilidad fiscal de los colombianos.
Es decir que mientras 45 millones 999.200 de colombianos deben pensionarse sobre el salario base, el régimen pensional es diferente para congresistas y magistrados. Según el ministro
del trabajo, en el país existen aproximadamente 1032 personas que reciben la
pensión por encima de los 25 salarios
mínimos y unas 4.500 personas sobre la
base de más de 10 salarios mínimos;
mientras que de 4.5 millones de
colombianos en edad de jubilarse, tan solo 1.8 millones aceden a la pensión y
el 60 por ciento de personas mayores de
60 años viven en la pobreza y 2 millones
bajo la línea de indigencia, todo esto sin contar el drama de centenares de
colombianos que no tiene la oportunidad de laborar y terminan en el tortuoso camino de la informalidad, muchos
incluso devengando salarios paupérrimos que apenas alcanza para subsistir el
día tras día.
Todos los viernes apenas despuntaba el sol, el coronel bajaba a la oficina de correos junto al
puerto, a esperar la carta que le notificara su pensión por los servicios prestados en la guerra, junto al coronel Aureliano
Buendía. Durante quince años hizo este ejercicio irrrepetitibamente, mientras
se asfixiaba en la angustia diaria del vivir; vendiendo poco a poco lo precario
de su existencia, y alimentando su esperanza con el gallo de pelea que había heredado de su hijo.
Durante los últimos años de mi
vida, he sido testigo de las angustias que han vivido mis padres pensando en su
pensión. Día tras día, hacen cálculos y suman semanas, para establecer la fecha exacta en
la que han de jubilarse y retirarse a descansar. (Sin hablar de los
tormentos pasados por los días y años
sin trabajo) Es común al calor de la cena, escuchar hablar de las semanas que
les faltan por cotizar, de los trámites
que hay que realizar y del monto que recibirán para vivir los últimos años de
su existencia, alejados de las angustias que azotaron al coronel.
Y a pesar de que estoy pagando
una pensión (que de por si me descuentan para poderme contratar) no dejo de
pensar en la gente que no lo puede hacer;
y me angustia aún más, que la edad de jubilación la van aumentar, como
si los colombianos tuviéramos el elixir de la vida y viviéramos todos 100 años;
a sabiendas que en la mayoría de los casos, muchos no alcanzan a
disfrutar a plenitud el esfuerzo de sus ahorros, sino que se le atraviesa por su camino lo que
Pablo Coelho denomina: la indeseada de la
gente.