Muchos años después los colombianos habremos de recordar por siempre y para siempre, a nuestro nobel de literatura Gabriel García Márquez; quien a través de su pluma nos abrió las puertas de Macondo, para que los colombianos viajáramos en el tren del realismo mágico por el pasado de esta patria tricolor, que vivió para contarla a través de sus palabras.
Hoy nuestro Gabo duerme la paz de los sepulcros, -la paz de Neerlandia- y en su lecho de muerte revoletean mariposas amarillas macondianas, acompañadas de aromas de banano, tabaco, castaño, hielo fresco y Aracataca. Y en este viaje sin retorno que acaba de emprender por el camino que nos abre la muerte; lo custodian Melquiades y su tribu legionaria de gitanos, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguaran, un señor muy viejo con unas alas enormes, el coronel Aureliano Buendía y su diecisiete hijos, Remedios la bella, la Candida Erendida y la viudad de Montiel, Mauricio Babilonia y la niña que se convirtió en araña por desobedecer a su padres, Florentino Ariza y Fermina Daza, Santiago Nazar y los hermanos Vicario, Sierva maría de todos los santos y Esteban, el ahogado mas hermoso del mundo, entre otros personajes de su coloquial obra literaria.
A sabiendas de que sus funerales, serán mas grandes que los de la mama grande.
Mientras nosotros los colombianos continuaremos tratando de despertar de la peste del insomnio, en aras de seguir descifrando los pergaminos macondianos en que hemos vivido por mas de doscientos años de otrora soledad (en el país de los espejos o de los espejismos) sumidos en odios y conflictos, guerras y batallas; cargadas de sevicia, muerte y destrucción, en una espiral de violencia que se perpetua con el paso del tiempo y se bambolea en las diáfanas aguas de la historia nacional como un destino manifiesto.
Siempre con la remota esperanza de hallar -quizá a través de un isotopo entintado- el camino para que las estirpes condenadas a cien años de soledad tengamos una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra.
Buen viaje Gabo y muchas gracias por dejar volar nuestra imaginación.
“Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Fragmento del texto La soledad de América Latina; texto leído en Estocolmo 1982 con el que recibió el premio nobel de literatura.
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